San Fidel de Sigmaringa
Yo te aseguro que quien no renace de lo alto,
no puede ver el Reino de Dios. (Juan 3, 3)
¡Cuánto se habrá sorprendido Nicodemo al escuchar
estas palabras de Jesús! Era uno de los jefes de los judíos y maestros de
Israel, y había venido a ver a Cristo para conversar con él. Pero el Señor
llevó la conversación a un plano más alto, usando la figura del nuevo
nacimiento en el Espíritu para poner de relieve la naturaleza superior de la
vida que Dios desea concedernos a todos.
La vida nueva que Jesús consiguió para nosotros
mediante su muerte y su resurrección es una realidad que se da en un plano
completamente distinto al de la vida “en la carne”. La vida material
—desvinculada de Dios— se caracteriza por las pasiones pecaminosas: ambiciones,
egocentrismo, sensualidad, corrupción, rencillas, idolatría, celos, ira,
egoísmo y discordias (véase Gálatas 5, 19). La persona carnal, incapaz de
doblegar los hábitos pecaminosos, vive encadenada por estas formas de vida.
¡Por supuesto que es necesario nacer de nuevo para poder entrar al Reino de
Dios!
La conducta de los apóstoles San Pedro y San Juan,
nacidos de nuevo por medio de Jesucristo y decididos a llevar la Palabra de
Dios al mundo, es un espléndido ejemplo de lo que es la “vida en el Espíritu”.
En lugar de reaccionar con odio, temor o deseo de venganza ante las amenazas de
los fariseos, como habría sido propio de la naturaleza caída, decidieron
continuar predicando y curando a los enfermos en el nombre de Jesús y con el
poder del Espíritu Santo. Tanta fue la fuerza que Dios les comunicó para
reafirmar su decisión que la habitación en la que estaban orando con sus
compañeros tembló (Hechos 4, 31).
Es obvio, pues, que para cumplir la misión recibida
del Señor, cada uno también tiene que nacer de lo alto. Esto se realiza en el
Bautismo, gracias al cual nos unimos a nuestro Salvador y recibimos el don del
Espíritu Santo. Cristo dice que los que han nacido del Espíritu son como el
viento, que sopla libremente donde quiere. Así también, los que han nacido de
nuevo en el Espíritu, liberados ya de las reacciones carnales, son libres para
seguir al Señor.
“Padre celestial, enséñanos a
experimentar diariamente el nuevo nacimiento desde lo alto, para que seamos
transformados y equipados para caminar contigo en la realidad de la vida.”
Hechos 4, 23-31
Salmo 2, 1-9
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